A medida que la economía mundial empiece a recuperarse de la crisis de la COVID-19, la mirada de los líderes trascenderá el objetivo de salvaguardar las vidas y los medios de subsistencia y se centrará en un desafío más profundo: mejorarlos. Se trata de un reto social cuyo logro podría costar –y prolongarse– diez veces más que el de la superación de la pandemia. Los tres objetivos que tenemos en mente —crecimiento, sostenibilidad e inclusión— se refuerzan mutuamente, pero no siempre se orientan en la misma dirección, dado que hay poderosos bucles que se refuerzan y se contrarrestan entre sí (véase la Gráfica). Aunque, en general, muchos puedan estar de acuerdo con esta finalidad, una pregunta muy difícil subyace a la misma: ¿de qué modo podemos construir un futuro capaz de generar crecimiento y sostenibilidad e inclusión?
Seremos totalmente transparentes: no vamos a ofrecer una respuesta. En lugar de ello, propondremos un método para que los agentes del cambio en las empresas, los gobiernos y la sociedad exploren el problema, un modelo mental que podría brindar la mejor oportunidad para obtener la respuesta. Comienza de este modo: creemos que las «y» son cruciales y que, de hecho, son el medio para la consecución del fin. Los tres elementos arriba citados –crecimiento, sostenibilidad e inclusión– están profundamente imbricados y no pueden ser percibidos como concesiones graciables. Pensemos en lo siguiente: sin crecimiento, ¿cómo podríamos alcanzar la prosperidad y el bienestar o costear las transiciones necesarias para que la economía sea más sostenible e incluyente? Sin sostenibilidad, ¿cómo podríamos perfilar el crecimiento para las generaciones actuales y futuras? Sin inclusión —entendiendo por tal una oportunidad de trabajo productivo y una vida satisfactoria para todos los ciudadanos—, ¿cómo podríamos garantizar la demanda necesaria para impulsar el crecimiento? En efecto, llegar a «y» —es decir, a un mundo en el que el crecimiento y la sostenibilidad y la inclusión formen una dinámica poderosa— constituye el imperativo de la próxima era de los negocios.
Ahora bien, antes de llegar al reto de «y», enfrentemos los hechos: acelerar el crecimiento, mantener la sostenibilidad y hacer efectiva la inclusión son desafíos increíblemente difíciles en sí mismos. Por fortuna, pensadores, estrategas, activistas y muchas otras personas en todo el mundo —soñadores y hacedores— están trabajando en ello. Nosotros también. En nuestra opinión, el mundo tendrá que enfrentarse simultáneamente a tres problemas:
- El crecimiento es elusivo. En las economías maduras del G-7, el crecimiento del PIB se ha reducido a la mitad –hasta el 1 % anual en promedio– desde la crisis financiera de 20081. Sucede lo mismo en las economías emergentes: en general, y a pesar de que hay algunas excepciones, entre ellas China e India, el crecimiento en las economías emergentes ha sido menor los últimos años que a principios de la década de 2000.
- La pobreza sigue siendo endémica, a pesar del progreso alcanzado. Más de 600 millones de personas seguían viviendo en la pobreza extrema en 2017. Y en 2020, aproximadamente otros 100 millones de personas se sumarán a esa cifra como resultado de la pandemia de la COVID-19. Esta situación persistirá a menos que los líderes actuales creen suficientes puestos de trabajo con salarios decentes, así como un contrato social sólido que garantice el acceso a una vivienda, una atención sanitaria y una energía asequibles a los quintiles inferiores de la población –del uno al tres–, dependiendo de cada país. Mientras tanto, crece una nueva amenaza para los ingresos personales: la intensificación de los cambios en las formas de trabajo impulsados por la tecnología, que la pandemia ha acelerado. Calculamos que, entre hoy y 2030, más de 100 millones de personas tendrán que realizar transiciones profesionales en un conjunto de ocho economías avanzadas y emergentes.
- Garantizar un futuro sostenible requerirá una inversión masiva. A título ilustrativo, la Agencia Internacional de la Energía estima que las emisiones netas cero podrían requerir inversiones de casi $5 billones de dólares cada año hasta 2030, y de $4,5 billones de dólares al año hasta 20502. La factura anual equivale aproximadamente a la mitad de las ganancias empresariales mundiales en 2019, o a cerca de una vez y media el aumento anual de la deuda pública en los 15 años anteriores. Las inversiones adicionales necesarias para la descarbonización en la agricultura, el transporte y otros sectores podrían casi duplicar la factura. Aunque muchas de estas inversiones producirían rendimientos, su financiación o su coste aún no han sido estimados.
Esto es solo el principio: como explicamos en este artículo, incluso si, en teoría, la economía mundial lograra estos tres objetivos, estos pueden llevar aparejados potenciales imprevistos que, si no se afrontan y resuelven, podrían echar por tierra los progresos alcanzados.
Aquí tratamos de enmarcar el debate sobre la consecución de un crecimiento sostenible e incluyente de manera clara, exponiendo no solo la aspiración, sino también los problemas más complejos que hay que resolver para lograrla, y recurrimos a algunos ejemplos relativos a su magnitud. Una buena estrategia debe empezar siempre por el planteamiento de las preguntas importantes. Para los líderes de hoy, las preguntas son amplias, intrincadas, «y» tienen solución.
Una buena estrategia debe comenzar siempre por plantear las preguntas importantes. Para los líderes de hoy, las preguntas son amplias, intrincadas, y tienen solución.
El ciclo virtuoso comienza con el crecimiento
¿Qué entendemos por crecimiento sostenible e incluyente? Hay muchas ideas asociadas a estas palabras. Nosotros tratamos de ofrecer interpretaciones abarcativas:
- Con respecto al crecimiento, contemplamos el objetivo de aumentar la prosperidad y el bienestar, incluyendo el crecimiento de las ganancias económicas para las empresas, el aumento del PIB para las naciones y la implementación de medidas orientadas a procurar la satisfacción en la vida de los ciudadanos asociadas, en parte, a la dignidad del trabajo (al tiempo que reconocemos que las definiciones mensurables del bienestar aún están evolucionando).
- En cuanto a la inclusión, tomamos en consideración la igualdad de oportunidades, un progreso generalizado que beneficie a todos —especialmente, en lo que respecta a la suficiencia de los estándares de vida— y la reducción de las desigualdades entre géneros, edades, etnias, orígenes familiares y lugares de residencia.
- En relación con la sostenibilidad, apuntamos a la resiliencia ambiental, que comienza con la reducción del riesgo climático, pero que también incluye una preservación mucho más comprehensiva del capital natural, así como la equidad intergeneracional, todo ello considerado bajo el prisma de los costes y beneficios económicos y sociales.
Estos tres objetivos son muy ambiciosos. Por fortuna, pueden fortalecerse y reforzarse mutuamente:
- El crecimiento apoya la inclusión, parte 1: crear puestos de trabajo significativos y aumentar los ingresos. Las economías emergentes de alto crecimiento han puesto en evidencia poderosamente que el crecimiento favorece la inclusión al reducir en dos tercios la proporción mundial de personas que viven en la pobreza extrema —a menos del 10 % de la población mundial— y al generar una clase media compuesta por cientos de millones de personas. Esto también puede predicarse de las economías avanzadas: desde principios de la década de 1990 hasta 2005, es decir, antes de la crisis financiera mundial, el PIB per cápita aumentó entre un 2 y un 4 % al año y los ingresos medios reales de los hogares también se incrementaron.
- El crecimiento favorece la inclusión, parte 2: corregir las insuficiencias del mercado laboral. En las economías en crecimiento, las transferencias gubernamentales y las políticas fiscales pueden contribuir a sostener los ingresos de amplios sectores de la población. Una investigación del McKinsey Global Institute mostró que los ingresos reales del mercado se mantuvieron estables o disminuyeron solo en el 20-25 % de los hogares después de los impuestos y las transferencias; antes de estas transferencias, entre el 60 y el 70 % de los hogares vieron disminuir sus ingresos. Durante la pandemia, los ingresos medios de los hogares estadounidenses cayeron un 2,9 por ciento en 2020, pero la proporción de personas que vivían en la pobreza se redujo gracias a la ayuda gubernamental3.
- El crecimiento permite la sostenibilidad al fomentar la inversión. El crecimiento económico fortalece la confianza de los consumidores, el gasto y la demanda, factores centrales para crear el clima de inversión saludable que va a requerir la transición energética. Y, como ha demostrado nuestra investigación sobre las economías emergentes que han obtenido los mejores resultados, una mayor inversión de capital estimula la productividad y, con ella, los salarios y el crecimiento.
- La mayor inclusión y el aumento de la sostenibilidad promueven el crecimiento a través de nuevos vectores de la demanda y las oportunidades de inversión. La sostenibilidad impulsa nuevas oportunidades de negocios en ámbitos como las tecnologías limpias. India, por ejemplo, podría cuadruplicar con creces su capacidad para producir energías renovables de cara a 2030; estimamos que esto podría generar unos $90.000 millones de dólares de PIB y propiciar la creación de unos dos millones de puestos de trabajo en 2030. La inclusión tiene efectos igualmente poderosos en el crecimiento. Calculamos que un acceso más incluyente a la sanidad podría sumar un 0,4 % al crecimiento del PIB mundial en 2040. En términos más generales, la inclusión estimula la demanda, ya que una clase media floreciente es un motor clave del consumo. En África hay unos 200 millones de jóvenes en edad de trabajar y en 2050 habrá cerca de mil millones. La formación y el desarrollo de los jóvenes, especialmente en las competencias digitales, pueden favorecer la incorporación de este segmento de población a la clase media y contribuir a reducir las carencias de competencias formativas en el resto del mundo.
- La sostenibilidad refuerza tanto la inclusión como el crecimiento a través del «premio de la energía». La transición energética tendrá como recompensa dos beneficios transversales: menores costes y vidas más productivas. En los últimos diez años, el precio de la electricidad procedente de las energías renovables se ha reducido entre un 50 y un 85 %4. Las energías renovables están ganando terreno en las economías en desarrollo. En el África subsahariana, una región con la tasa de acceso a la energía más baja del mundo, están arraigando soluciones energéticas renovables descentralizadas, como la energía solar en los tejados5. La reducción de las emisiones y de la contaminación atmosférica puede mejorar la salud y permitir que un mayor número de personas participen productivamente en la economía. La historia nos brinda algunas lecciones instructivas: tras la aprobación de la Ley de Aire Limpio en Estados Unidos, en 1970, la reducción de la contaminación comportó el aumento de la tasa de participación en la fuerza laboral de las personas afectadas y tuvo un impacto positivo a largo plazo en los salarios6.
Estos tres objetivos son muy ambiciosos. Por fortuna, pueden fortalecerse y reforzarse mutuamente.
La cuadratura del círculo
Si cada elemento del círculo del crecimiento sostenible e incluyente creara únicamente refuerzos puramente positivos para los demás, el camino a seguir estaría claro. Pero la realidad es que la sostenibilidad, la inclusión y el crecimiento también se contraponen. El logro de la cuadratura del círculo implica combatir tres conjuntos de potenciales fuerzas contrarias que podrían ser tan poderosas como los bucles de refuerzo.
Las contrapartidas del crecimiento
El crecimiento genera grandes retos. El primero es el aumento persistente de la desigualdad, que podría empeorar con el crecimiento. El 70 % de la población mundial vive en países donde la desigualdad es cada vez mayor. El segundo es el crecimiento del consumo de recursos naturales y de las emisiones.
- El crecimiento afecta a la inclusión a través de la desigualdad de competencias, y su magnitud aumentará con las tendencias aceleradas por la pandemia de la COVID-19. El crecimiento de la economía basada en el conocimiento ha estimulado la demanda de competencias cognitivas, tecnológicas y socioemocionales altamente exigentes, una demanda que no se corresponde con la oferta de trabajadores equipados con dichas competencias. El resultado de esta tendencia es que en muchos países ha surgido una desigualdad basada en la cualificación. En Estados Unidos, por ejemplo, los salarios de los puestos de trabajo de ingresos medios crecieron un 1,1 % entre 2000 y 2018, mientras que los salarios de los trabajadores con sueldos altos y bajos crecieron mucho más rápido: un 7,3 y un 5,3 % respectivamente. A medida que la pandemia acelera la digitalización y la automatización, casi todo el crecimiento de la demanda de mano de obra podría generarse en ocupaciones con salarios altos. El número de trabajadores que se verían constreñidos a hacer transiciones ocupacionales con el fin de mantener el empleo aumentaría hasta un 25 % en 2030, incluyendo —por primera vez— a muchos trabajadores con salarios bajos.
- El crecimiento contrarresta la sostenibilidad a través de un mayor consumo de recursos. La «huella material» global —es decir, las materias primas utilizadas para fabricar los bienes que consumimos— aumenta en correlación con el crecimiento del PIB7. A medida que el crecimiento se expande en los países emergentes, el problema de la creciente huella material global podría empeorar. Según el Banco Mundial, cerca del 10 % de la población mundial sigue sin tener acceso a la electricidad, y 2.600 millones de personas carecen de acceso a medios limpios para cocinar8. Si el aumento de la demanda de una clase consumidora en expansión global no va acompañado de mejoras en la eficiencia de los recursos, esto supondrá una carga aún más pesada para el planeta.
Las contrapartidas de la sostenibilidad
Es necesaria la inversión de billones de capital en energía para lograr el objetivo de emisiones netas cero para 2050. Si los consumidores y las empresas asumen la carga, el crecimiento y la inclusión a corto plazo podrían verse afectados, aunque los beneficios a largo plazo sean evidentes. Si los costes se trasladan a los consumidores, los precios de la energía podrían aumentar mucho antes de que se cosechen los beneficios, y si los costes se trasladan a las empresas, la rentabilidad de sectores enteros podría verse afectada.
Esta dinámica plantea la posibilidad de que se produzcan dos contrapartidas: una distribución desigual del impacto y un desafío al objetivo de la inclusión.
- La transición energética podría afectar gravemente a algunos países y sectores. Según la Agencia Internacional de la Energía, las economías productoras de petróleo y gas natural podrían ver cómo sus ingresos anuales per cápita procedentes de estos productos se reducen en alrededor de un 75 % en la década de 20309. Los países con menores ingresos estarán desproporcionadamente expuestos porque en ellos hay un mayor porcentaje de sectores intensivos en emisiones, y también deberán realizar mayores inversiones en relación con su PIB. Estos sectores incluyen el energético, el automovilístico y el de la construcción, entre otros, que se verán intensamente afectados, al igual que las cadenas de suministro.
- Los hogares con menores ingresos son desproporcionadamente vulnerables. En Europa, las recientes subidas en los precios de la energía —la vanguardia de la transición energética— están afectando con particular intensidad a los hogares de bajos ingresos, tendencia que ha llevado a algunos gobiernos, como el de España, a conceder subsidios10. Y aunque la transición podría dar lugar a unos 18 millones más de puestos de trabajo en la economía verde, según las estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo, muchas personas, especialmente los trabajadores de bajos ingresos, tendrán que reciclarse para poder acceder a estos nuevos empleos11.
Los posibles obstáculos de la inclusión
Los efectos positivos de la inclusión son indiscutibles y están bien documentados: mayor participación de la fuerza laboral, mayor creatividad y más capital destinado a las necesidades de los niños. Sin embargo, las medidas mal concebidas para impulsar la inclusión pueden tener consecuencias negativas no deseadas, entre ellas la distorsión de los mercados de productos, la reducción de la inversión o un deterioro más acelerado del medio ambiente. Por ejemplo, en las economías en desarrollo, la fijación de precios gratuita o altamente subvencionada de la electricidad utilizada para bombear agua puede conducir al agotamiento de los mantos acuíferos12. Los esfuerzos para lograr la igualdad también pueden ser contraproducentes si se convierten en un ejercicio de marcar casillas o en un programa basado en cuotas, estrategias que eventualmente no aborden las causas fundamentales de la desigualdad. Como resultado, el objetivo de lograr un lugar de trabajo o una sociedad más justa puede no alcanzarse, y los resultados pueden incluso empeorar para ciertos grupos.
Como en el caso de la pandemia, necesitaremos múltiples experimentos, una velocidad sin precedentes en la ampliación de los que tengan éxito y una amplia participación de todos los actores.
Empezar aquí, empezar ahora: una propuesta
Lograr un futuro sostenible, incluyente y en crecimiento constituye un objetivo tan convincente que los líderes de hoy están en deuda con las generaciones futuras y han de actuar de inmediato para lograrlo. Semejante proeza no puede dejarse en manos del interés propio ilustrado: si fuera tan fácil, el problema ya estaría resuelto. Veamos seis retos clave que habrá que abordar en el futuro. El éxito o el fracaso dependerán de la efectividad para superar estos desafíos.
- ¿Cómo desbloquear el crecimiento basado en una mayor productividad –de entre 1,0 y 1,5 puntos porcentuales adicionales del PIB al año, a escala mundial– con la misma urgencia que durante la pandemia de la COVID-19?
- ¿De qué manera pueden reducirse los costes de transición de la descarbonización en, digamos, $500.000 millones o $1 billón de dólares de los $5 billones de gasto necesarios al año mediante la innovación tecnológica y la elección de carteras inteligentes?
- ¿Cómo financiar y aliviar el coste de la transición energética, país por país y sector por sector, de manera que no se vea afectado el crecimiento?
- ¿De qué modo puede reciclarse y volver a emplear a más de 100 millones de trabajadores ocupados en sectores estancados o que retroceden a causa del cambio tecnológico, incluyendo los muchos millones que probablemente serán desplazados por las transiciones energéticas?
- ¿Cómo reforzar el contrato social satisfaciendo las necesidades básicas de los hogares de forma asequible, en particular la vivienda, la atención sanitaria y la energía —necesidades que aún no están cubiertas para muchas de estas familias, tanto en los países avanzados como en los que están en vías de desarrollo— de manera que su desarrollo atraiga la innovación y la oferta del sector privado?
- ¿De qué manera es posible apoyar a los segmentos de población más vulnerables —por ejemplo, la quinta parte más pobre de la población mundial— que luchan por el acceso y la asequibilidad en áreas como la nutrición, el agua, la energía, la educación y el capital financiero?
Si dispusiéramos de una respuesta definitiva a estas seis preguntas quedarían anulados los obstáculos mencionados anteriormente, lo que permitiría que el ciclo virtuoso se desarrollara sin problemas. Pero hay importantes impedimentos relacionados con los incentivos que se interponen en el camino. El primero es lo que Mark Carney ha llamado «la tragedia de los horizontes»: los líderes de hoy necesitan actuar colectivamente para obtener beneficios que solo se acumularán a largo plazo13. El segundo es la tragedia de los comunes: en la acción colectiva, sobre todo en materia de sostenibilidad ambiental, todos los agentes involucrados deben actuar con la mira puesta más allá de sus intereses particulares y luchar por el bien común.
Ninguna parte interesada puede resolver todos estos problemas por sí sola. Por ello, es fundamental tener una hoja de ruta clara que cuente con la participación de los demás, así como con un marco de incentivos que equilibre los horizontes e intereses a corto y largo plazo entre los factores de la cadena de valor, los sectores económicos, los países y las regiones. Al igual que en el caso de la pandemia, para afrontar estos desafíos con éxito serán necesarios múltiples experimentos, una velocidad sin precedentes para ampliar los que tengan éxito y una amplia participación de todos los actores.
Los gobiernos tendrán que articular una transición resiliente para gestionar los riesgos, suavizar los costes y evitar crisis en cascada generadas por las medidas adoptadas. Por parte de las empresas, será necesario que un mayor número de compañías y directores generales entren en escena, se impliquen a fondo en el diseño de las políticas y aporten su conocimiento del mercado. Tendrán que mantener una actitud abierta y realista frente a los desafíos y, al mismo tiempo, marcarse objetivos ambiciosos a fin de crear un impacto positivo para sus clientes, sus trabajadores, las sociedades y el medio ambiente. Su capacidad de innovación puede y debe aprovecharse para traspasar la frontera de lo posible y contribuir al logro de lo que puede parecer inalcanzable. Si las empresas no se comprometen adecuadamente y con honestidad, las generaciones más jóvenes de trabajadores reclamarán de ellas una rendición de cuentas en el futuro.
Cuando se trata de lograr un crecimiento sostenible e incluyente, primero es fundamental identificar con acierto tanto los bucles que refuerzan como los que contrarrestan. A continuación, la conversación debe pasar de compartir los objetivos –¿quién no estaría de acuerdo con una visión tan tentadora?— a perfilar la manera de resolver los difíciles problemas que se interponen en el camino.
Por nuestra parte, hemos situado nuestras hipótesis sobre esos problemas en el lugar más prominente de nuestra agenda de investigación, y esperamos aprender aún más de los líderes de las organizaciones globales con las que trabajamos, que están «haciendo mella en el universo» a través de un crecimiento sostenible e incluyente. Confiamos en que la forma en que hemos expuesto las fuerzas y contrafuerzas involucradas en la cuestión tratada en este texto contribuya a la comprensión colectiva. Con ello, tal vez sea posible empezar a avanzar hacia una economía global sostenible e incluyente y en crecimiento.
Si no nos centramos en el “y”, no lograremos el “fin”.